Esta edición de los Cuadernos Materialistas está dedicada a la lógicas de lo vegetal. Lógicas que quisiéramos cultivar aquí como una incesante proliferaciónde acuerdo con ese oxímoron contemporáneo cada vez más frecuente, el del jardín silvestre. La filosofía occidental, que aún hoy moldea el sentido común, ha identificado progresivamente a las plantas con la naturaleza y a todo ello con un color: el verde. Esta sinécdoque se sella en la modernidad con la delimitación pretendidamente clara y distinta de naturaleza y cultura, que posiciona a la especie humana en un quiasmo ontológico-biológico: como ajena por esencia a esa naturaleza que, no obstante, la amenaza, la humanidad debería alejarse de lo natural con los artilugios civilizatorios que la elevan lejos del suelo. A la vez, cansada o abrumada, es el verde planta eso que la abraza y le propone un refugio: le da ese aire que el artificio humano espiritual parece quitarle. Las plantas son así los personajes principales de un particular escenario: el paisaje, al mismo tiempo espectáculo y lejanía. Paisaje que se observa y se posee, como el patrón de estancia que observa sus tierras y que engorda la hacienda con su ojo vigilante y calculador (facultad hoy delegada en imágenes elaboradas con datos obtenidos por sistemas aéreos y/o satelitales de inspección cuya interpretación no interesa al amo más que cuando consulta los rindes de sus inversiones depositados en una cuenta bancaria offshore).

Extracto de la editorial de la publicaicón. Colectiva Materia

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